Gualicho de olvidar...
Sí, 20 años no son nada, ¿pero 25? eso ya es abuso

lunes, 6 de abril de 2009

Cierta clase de Hambre



"Una flor
no lejos de la noche
mi cuerpo mudo
se abre
a la delicada urgencia del rocío"
Alejandra Pizarnik

Tanto el hombre como la mujer, le parecía (o sabía), estaban condenados a querer un algo más, otra cosa, lejos de lo que tienen al alcance de la mano. Hace algún tiempo era una especie de amante de un abogado casado.
Vivía en un departamento, por la Muñecas, con María. No lo hacían por economizar, más bien por costumbre, después de tantos años, la facultad. Se entendían… Al igual que otras personas que la querían, no le caía bien la última historia en la que Isa se había metido, la sentía mal, y ella no decía mucho. Pero su cara gritaba, se le escapaba por los poros todo ese bagaje de sensaciones y de miedos solitarios.
Trabajaba en la zona de tribunales, pagando piso. Era un estudio grande, donde había también otros abogadillos jóvenes sin cuña. Tomaba café siempre a media mañana, junto con los otros chicos. En fin, detalles decorativos, que pegaron onda, se conocieron con otros más hasta poder conjugar al juego de la Petit horda unisex que tanto divierte a los que posan un pie en los veintinueve y pasan el otro pa los treinta y uno. La querían por lo que había sido. Porque últimamente, nadie le creía.
Pensaba bastante en las comidas, para llenar espacios o gastar tiempo, ansiedad tal vez. Y los otros no eran ogros, le leían sus ojos gastados, el desvelo. Carlito y la Pato sabían, que ésta anda mal por ese buitre amigo de Martín, que cómo no se va a dar cuenta de que es un hijo de puta, que la quiere para secretaria o peor... y Martín se dice amigo.
Por a o por b, todos los años, este Martín cumplía años en esos días, cuando la sopa estaba de más fría, cuando las papas quemaban por dentro. Y organizaba algo: Se juntarían (los chicos, la historia, el hambre, las ganas de comer) en un bar, una casa vieja de barrio sur, vayan todos temprano. Se prefiguraba lo que pasaría.

Llegó tarde, dijo que se había quedado viendo un par de películas, de Kubrick, pero me dormí con Odisea. Nadie le creía. Estaba sentado cerca de la puerta el tal BIAGIONI (así le decían, a secas, quitándole toda posible humanización que se comete al pronunciar un nombre). Sin querer todos habían complotado en el juego de las sillas; al llegar, el lugar vacío estaba al lado de él. Habían creado el hueco, la grieta por la cual Isa, caería. No estoy diciendo que el ser humano lo haga de pura mierda que es, algo de azar hubo, che.
“Nos tomemos una cerveza, Isa, que se hace tarde para estar tan sobrios”. Sonrió. Le sonrió. Y Carlito se sintió asqueado, apretó la derecha, pero Pato (patito) le agarró bien fuerte la pierna, por debajo de la mesa, para disimular el odio de ambos. Y lo miró. Quedate en el molde.
El resto miró el suelo, el techo (Point to the window, point to the door, point to the ceiling and to the floor). El atroz encanto de hacerse el pelotudo.
“Quilmes, sí”.
Le hablaba al oído, de bossa, y de una canción rarísima de los tiempos del under de los redondos. Y creyó escucharle decir de nuevo que hace tanto tiempo que no charlamos, que se llevaban tan bien. Y quiso decirle, claro, total no perdés nada. Ella no lo quería, pero lo deseaba, nada más. Que eso no te lo cree nadie Isa.
Ya no había lugar para la compasión, aunque los chicos siempre intentaban conservarla. Martín invitó a Biagioni al póker, y éste pareció acceder pero cuando se paró de la silla, una mano isabelesca (dominada por todas sus vidas, cargada de amargura, alucinada de tanto esperar un algo de él) le tomó la muñeca.
“Quedate conmigo”, le pidió. Todas las palabras que siguieron no tienen ningún sentido, ninguna relevancia. Todos vieron ese ruego y quisieron matar, a él o a ella. Carlito, que la quería como a una hija, miró con asco a Biagioni, nos tenemos que juntar a hablar nosotros, le dijo, con ese tic en las cejas. Pato tenía una pelota en la garganta, una náusea ante el espectáculo de la soledad, de ese tipo de miseria nocturna de Tucumán, que se niega a dejar de parecer una novelucha latinoamericana, para aspirar a la tragedia. No se dijo nada más. Cuando no quedo ninguno, se fueron. A la habitación de Isa.
-Voy con un Chico
-¿Biagioni?
-Dejame el departamento, por favor, no me hinchés las pelotas
-Siempre la misma pelotuda, y él, un hijo de puta
-No jodás, no entendés, Mari
-Hacé lo que quierás, yo me voy.
Iba a decirle gracias, pero no estaba muy convencida del por qué darlas. Lo triste era que todos querían hablar con ella, aconsejarla, y que de alguna forma (medio obvia, media velada) tenían razón… pero nadie estaba en su carne cuando se acostaba, no sabían del dolor en el costado izquierdo que no la dejaba dormir por las noches, que se iba cuando Miguel Biagioni le hacía el amor.

El tipo tenía ese paso a paso para desarmar a Isabel Niceto, desde el cuello, deteniéndose poco en sus pechos (nunca se había sentido cómoda con esa parte de su cuerpo, y él lo había intuido), acariciándole órbitas en el pupo, buscando con sus dedos dentro de su sexualidad femenina, besándole el alma desde la boca, con una lengua casi estática pero húmeda. Ella nunca avanzaba. Ahí ya no se pretendía propia, ya se sabía ajena. “Mecánica del “Amor” I”. Biagioni dejada de lado el personaje, todo el montaje, toda posible conexión con las fantasías Isabelinas, de ser amada por alguien, y hacía uso del poder que se le entregaba. Era la hora de la noche que enturbia las reflexiones sobre la culpabilidad, sobre la responsabilidad, en torno a los dormitorios y las posibles (infinitas) combinaciones de personas, que en ese breve lapso de tiempo, parecen no estar tan solas. Inocentes victimarios de sí mismos.
Al margen de todo, Isabel sabía bien en que estaba, no se dejaba engañar por sí misma, ella era la que se entregaba a todo esto. Una conciencia, al pedo… una comprensión para quedarse quietos, digamos.
Biagioni se vestía. Ya no podemos seguir con esto, sabés, Isa. Estoy, soy casado. Sabés que te quiero sí, me imagino, hijodeputa, pero no quiero que esto te haga mal, ¿más?, sos una mina hermosa, te merecés otro tipo, que sé yo, que te hará pensar que necesito algo…
Por algo que los grandes filósofos llamarían piedad, o repugnancia, Biagioni se despedía de Isa sin besarla. Un toque realista, después de todo. Era el instante en que se quedaba sola.

La cama de dos plazas (entraría un parque ahora) inquietó por última vez a Isabel. No estaba el dolor: como todas las dolencias que inventamos para generar compasión, que se van cuando son inútiles. Pero había algo parecido al desgarro en su sexo. Ya no se sentía, llevó una colchita y una almohada al sillón grande donde dormiría, en la salita del departamento. La vendo y me compró otra cama, más chica.
Se duchó. No era suciedad, vamos, no era una pendeja. Era peor que sentirse usada… se había entregado atada. Lloró un poco en la ducha.

Cansada yació Isabel Niceto en el sillón de la sala.

El lunes en el estudio les dijo a los más cercanos que había sido la última vez, como una despedida, ya sé que quiero hoy por hoy (actualidad al cuadrado). Decidió nunca más coger con Miguel Biagioni. Carlito y Patitito la abrazaron un poco, antes de agarrar un par de biblioratos y volver al trabajo, soplando un breve aliento, una elegía por su amiga. Nadie le creyó. Isa se preparó una sopa de esas deshidratadas, light, que vienen en sobrecitos individuales verdes. Eran las doce del mediodía.

2 comentarios:

  1. No tiene lógica este tipo de pelotudez femenina, PERO LO HACEMOS.

    Se encontraremo algún día camino al super, jaja.

    Un beso!

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  2. puedes ver como se funden los cuerpos y se van muy muertos de este lugar;puedes tener una cancion callada y un luz apaga.pero nunca seras mas;crees ser todo.crees ser nada.pero igual eres igual.

    el deseo es de aquel que no puede poseerlo.
    la distancia termina en el barranco...

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